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Un paso más hacia la comprensión del universo. Einstein.

Albert Einstein nació en Ulm, en el antiguo estado alemán de Württemberg, en marzo de 1879 y creció en Múnich en el seno de una familia judía. Le costaba hablar, tanto es así que le consideraron disléxico. El padre de Albert, Hermann, pidió consejo al maestro de escuela sobre qué profesión podría adaptarse más a su hijo. El maestro le respondió: “No importa. Nunca hará nada de provecho”. Soportó este período de dificultades gracias a las clases de violín que le daba su madre. Cuando al cabo de unos años descubrió la estructura matemática de la música, el violín se convirtió en una pasión durante toda su vida.

Aunque era excelente en matemáticas y física, no se interesaba por las demás asignaturas. Otro profesor le dijo que “nunca llegaría a ser nada”. Su familia por suerte no hizo caso a parte de sus maestros y le llevó a la Politécnica de Zúrich y en 1900 se graduó en ella, obteniendo el diploma de profesor de matemáticas y de física. Pero, al no encontrar plaza, entró a trabajar como fijo en la Oficina Confederal de Propiedad Intelectual de Berna, una oficina de patentes donde trabajó de 1902 a 1909. Hay un libro de Alan Lightman (Columna- 1933), “Los sueños de Einstein”, del que recojo unas frases del epílogo: “El joven empleado de patentes levanta la cabeza de la mesa, se pone de pie y se estira, camina hacia la ventana. Fuera, la ciudad ya despierta. (…) A las ocho y cuatro minutos entra la mecanógrafa. Ve Einstein al otro lado de la habitación con el manuscrito en la mano y sonríe. Ya le ha pasado varios trabajos particulares a horas libres que él siempre le paga con agrado. Es un hombre reservado, aunque a veces cuenta chistes. A ella le cae bien. Einstein le da el manuscrito, su teoría del tiempo. Él va hacia su mesa, se sienta un momento, y luego vuelve a la ventana. Se siente vacío. No tiene ningún interés en renovar patentes o pensar en la física. Se siente vacío, y contempla sin interés la minúscula mancha negra de un pájaro que da vueltas por el cielo; al fondo, las cimas de los Alpes”.

En la primavera de 1905, Einstein envió tres artículos a la revista alemana Annalen der Physik. Calificó el primer artículo sobre quantum de luz como muy revolucionario. Examinaba el fenómeno del quantum, unidad fundamental de energía, descubierto por Max Planck. Explicaba el efecto fotoeléctrico, por el que cada electrón emitido se libera con una cantidad de energía. El primero de los artículos mencionado le valió el grado de doctor por la Universidad de Zúrich en 1906. La teoría sobre el efecto fotoeléctrico sentaba las bases de la mecánica cuántica. Einstein sugirió que la luz podría considerarse como una colección de partículas de energía independientes. En el último de sus artículos, 1905, titulado “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento”, Einstein presentó la que sería conocida como teoría especial de la relatividad.

Fue el primer artículo de los citados más arriba, “Sobre un punto de vista heurístico sobre la producción y la transformación de la luz” el que le valió el Premio Nobel de Física de 1921. El artículo sobre la relatividad restringida (especial) se basa en las ideas de Galileo, pero va mucho más lejos. Cada científico asimila los avances de sus predecesores y sienta las bases para quienes le siguen. En el espacio no hay referencia fija, no hay referencial absoluto respecto al que podría determinarse de lo que se mueve o lo que está parado. Todo es relativo. “El punto fijo absoluto no existe”. Sin embargo, el tiempo no es un valor absoluto. Einstein era un físico teórico. Fueron otros quienes comprobaron experimentalmente sus teorías.

En 1915 Einstein estableció que la relación entre energía y masa puede ser expresada matemáticamente, de la que extrajo su famosa ecuación E=mc/2(exponente). La energía (E) es equivalente a la masa (m) multiplicado por el cuadrado de la velocidad de la luz. De la que se deduce que pequeñas cantidades de masa pueden liberar grandes cantidades de energía. Escindiendo, rompiendo un átomo, se puede liberar tal cantidad de energía que permitió la fabricación de la bomba atómica.

Por otra parte, Einstein afirma que la masa gravitatoria no sólo actúa sobre los demás cuerpos, sino que también en la estructura del espacio. Si la masa de un cuerpo es suficientemente grande, hace que el espacio circundante se deforme y que, en esta región, la luz se curve. Esta teoría fue puesta a prueba por Sir Arthur Eddington durante el eclipse solar de Brasil, el 29 de mayo de 1919. Cuando las estrellas pasaban más cerca del sol se desplazaban de su trayectoria. La teoría de la relatividad general quedaba confirmada y cambiaba para siempre el curso de la física, con lo que la celebridad de Einstein se esparció por todo el mundo y recibió numerosos premios y distinciones.

Einstein no ha sido sólo el mayor físico teórico de la Historia. Su humanismo y su contribución a la filosofía merecerían un artículo aparte. Nos limitaremos a citar alguna de sus frases sobre esta vertiente y hacer breves comentarios. Compartió muchos criterios con Bernard Shaw y proclamó, junto a Bertrand Russell, un célebre manifiesto pacifista, conocido como el Manifiesto Einstein-Russell, que ya fue publicado después de su muerte, el 18 de abril de 1955. Sabemos que entre sus autores favoritos estaban los clásicos, como Sófocles, Racine o Cervantes. Su obra está considerada por algunos estudiosos como muy influyente en la literatura y en las artes plásticas, que en el primer tercio del siglo XX se abrieron a formas tan revolucionarias como las que Einstein produjo en la física. En su libro “Mis ideas y opiniones” (Antoni Bosch, editor-1981) dice cosas como estas: “La ciencia produce de forma inmediata conocimiento y de forma indirecta medios de acción”. Sobre la belleza: “Es algo mucho más fácil de apreciar de forma intuitiva que mediante la comprensión racional”. Leyendo a Einstein se constata su duda permanente sobre la existencia de Dios. A pesar de que al final se definió como ateo, escribió cosas como éstas: “Creo realmente que incidir excesivamente en el puramente intelectual de nuestra educación, ha llevado al debilitamiento de los valores éticos”. “Sin una cultura ética no hay salvación para la humanidad”. Y la tan célebre: “La ciencia sin religión es coja; la religión sin ciencia es ciega”.

Josep M. Boixareu.

Presidente de Marcombo.

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